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Idealizar el pasado puede ser una reacción humana que a veces conduce a la creencia de que la actualidad siempre es peor. ¡Ay –nos lamentamos– ... cuando teníamos quince años y corríamos veinte kilómetros y ahora no llegamos, sin ahogarnos, a correr diez metros para coger el autobús¡ Solo quedan, creo, dos posturas, aceptar y disfrutar la realidad o amargarse añorando un pasado que no volverá. La situación es tan antigua y se repite con tanta insistencia en el tiempo que hasta resulta obvio el recordarla pero, leyendo el semanario 'La Galerna', autodenominado 'El Koshkero', que se publicaba allá por 1890, se encuentran curiosos comentarios sobre cómo estaba perdiéndose la entidad de los erriko-shemes, pues los de antaño nada tenían que ver con los de ogaño. Hoy podría decirse lo mismo de los kaskariñas, josemaritarras, txoriburus, jatorras y hasta de los txikiteros de la Parte Vieja.
La revista, bajo el enunciado de 'Ziririscos' –algo así como ciricar o criticar– comentaba la actualidad donostiarra e incluía en sus páginas el citado asunto de los erriko-shemes.
El erriko-sheme de antaño (1860), se decía, era un tipo alegre y digno de estudio que está llamado a desaparecer debido a una paulatina degeneración. Era muy decidor, amigo del bullicio, 'versolari', músico y torero a la vez. Amigo del jolgorio, para él todo el año era fiesta y pasaba la mitad de su vida divirtiéndose y la otra mitad ideando cómo divertirse. Resultaba inofensivo, no buscaba la discusión, riéndose de ella, y los días especiales para demostrar sus habilidades humorísticas eran la Navidad, el 20 de enero, Carnavales y el 15 de agosto.
Gozaba haciendo reír a cuantos se encontraban con él, disfrutaba gastando bromas en el atrio de las iglesias, eligiendo a los aldeanos a quienes engañaba para ir a ver la ballena que remontaba el Urumea con dirección a Loiola y pasaba las noches, hasta la madrugada, haciendo gaupasa junto a las 'damas de marzo' (carros utilizados por la noche para limpiar las calles) ya fuera creando su propias tamborradas o comparsas de iñudes.
El erriko-sheme de ogaño (1890) «viste pantalón ajustado, americana abrochada por el último botón, boina tirada en forma de alero y el pelo pegadito a la oreja». El erriko-sheme moderno, el ilustrado, andaba generalmente con paso mesurado y contoneándose, «frecuenta los lugares donde menudea el zirrin zarran de la guitarra, y escupe por el colmillo cuando va acompañando a alguna cigarrera de ojos ribeteados».
Le gustaba al nuevo erriko-sheme el bailoteo cadencioso, «detestando todo aquello que es clásico de su tierra», y «habla con acento entre andaluz, malayo y portugués para, cuando profiere palabras en su idioma nativo, decir 'icusi diot calian; caballo gañian cijoan; solaren caloriac trigo guziac quematuco ditu'… y cosas por el estilo». ¡Cómo se echa en falta, escribía el cronista 'Calei cale', a los populares de antaño. «Dentro de algún tiempo habrán desaparecido por completo y nadie distinguirá un errico-sheme de un belarimotz».
Pese a todo ello, había una pareja que estos días tenía algo más importante de que preocuparse: la joven Canuta Vignau contraía matrimonio con el joven e inteligente fabricante de Tolosa Ramón Irazusta, degustando los cincuenta invitados un menú clásico en estos eventos: sopa tapioca, sopa juliana, setas, pollo a la Bohemia, espárragos a la holandesa, solomillo de Charama, perdices a la catalana, flanes, tartas, quesos y fresones; pudiendo saborear vinos y licores de Burdeos, Valdepeñas y Jerez, sidra embotellada, cognac, anisete, café y habanos.
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